Los barrios periféricos, ¿ciudades llave en mano?
La relación histórica entre París y sus barrios periféricos puede imaginarse como una enorme criatura híbrida, un pulpo, un organismo inervado por un complejo sistema de conductos reticulados que sirven para transportar los recursos necesarios hacia el interior y extraer los residuos hacia el exterior.
26/04/2019
La tensión entre un movimiento centrípeto de monopolización de recursos y fuerzas vivas y un movimiento centrífugo de exclusión de las instalaciones de producción y de los estratos sociales más débiles es constitutiva de la construcción de París. La periferia, al servicio del territorio, dispone de los vastos equipamientos necesarios para el funcionamiento orgánico de la capital. Allí se disocian actividades productivas, servicios y poblaciones, ordenados por sectores especializados en los múltiples enclaves, en su mayoría privados, entre las redes de comunicación que son como grandes sangrías, rupturas urbanas y fracturas sociales, antes de transfigurarse en monumentos de hierro, piedra y vidrio una vez en París. Estos vastos terrenos, residenciales o industriales, tienen en común su sometimiento a las redes, incluso en su valor inmobiliario que aumenta a medida que se desarrollan estas. Esta dicotomía entre territorios y redes es parte de la identidad de los barrios periféricos.
Este barrio periférico, estructurado, dimensionado y fijado por la industria, y luego devastado por su colapso, está transformándose radicalmente según un proceso que anuncia un nuevo modelo de desarrollo urbano. Tras el centro de la ciudad, antiguo, lentamente estratificado, a veces brutalmente reorganizado por el poder de turno y tras el desarrollo centralizado de los «treinta (años) gloriosos» de la posguerra y las grandes obras, llega una nueva era en la que los barrios periféricos son protagónicos: el de la ciudad-producto, diseñado fragmento a fragmento sobre los vestigios de la industria por los grandes operadores privados.
La ciudad llave en mano parece ser la tendencia emergente, y los barrios periféricos son su campo privilegiado de expresión.
Los grandes grupos privados están cambiando y convirtiéndose en diseñadores de soluciones urbanas globales que van desde la planificación urbana hasta el transporte, los servicios, la gestión de espacios públicos, las redes de comunicación, la construcción y la comercialización de viviendas. Su capacidad de adaptación a las nuevas necesidades y a las configuraciones de las comunidades es muy flexible, así como su capacidad de inmiscuirse en cualquier intersticio dejado vacante por los poderes públicos. En efecto, las consecuencias de la crisis financiera, el endeudamiento de las comunidades y las elecciones municipales de 2014, que vieron a catorce municipios de la periferia de París, históricamente de izquierda, votar a la derecha, han alterado los equilibrios políticos en juego. En muchos de ellos, la idea de edificación de la ciudad como realización de un espacio social ha sido reemplazada por la del advenimiento de una ciudad neoliberal llevada por políticas con acentos comerciales que promueven el acceso a la propiedad y la seguridad como aspiraciones principales.
«Así, las condiciones de la planificación urbana están cambiando radicalmente a raíz de la reconfiguración global de las relaciones público-privadas».
Los barrios periféricos parecen ser un terreno propicio para esta nueva configuración por su historia y la organización de su territorio. Las redes públicas que unen grandes áreas privadas que en su mayoría se han trasladado directamente de la agricultura a la industria proyectan una relación público-privada diádica y altamente polarizada. La expresión de los poderes públicos se plasma entonces en estas redes. Y desde la llegada del ferrocarril, la interdependencia entre su desarrollo y las dinámicas del planeamiento es un rasgo permanente en la historia de los barrios periféricos. Hoy, la puesta en servicio del Grand Paris Express es el vector de una nueva etapa marcada por la creación de múltiples polaridades urbanas en torno a las estaciones de esta nueva red ubicadas generalmente en los puntos de intersección con las antiguas líneas radiales.
La intensidad de estas transformaciones alcanza actualmente su clímax con la organización de una consulta de promotores de una escala sin igual: «Inventons la métropole du Grand Paris» (Inventemos la metrópolis del Gran París). Una cincuentena de solares en suelo público o teóricamente controlados por comunidades, repartidos por todo el barrio periférico, son objeto de convocatorias de manifestaciones de interés dirigidas a promotores. La receta es más o menos la misma que «Reinventar París» y tiende a convertirse en la norma. Agrupaciones pletóricas por iniciativa de grandes grupos convertidos en urbanistas ofrecen un menú para hacer la boca agua a cualquier político y están repletos de propuestas muy estimulantes y gráficamente irresistibles, con un trabajo de campo de fondo con los representantes electos locales.
«Toda esta maquinaria urbana representa la oportunidad para que los representantes electos inicien grandes operaciones de planeamiento sin asumir la responsabilidad ni la inversión».
Si la operación tiene éxito, se incluirá en el balance de su mandato mientras que, si es censurada, su carácter privado eximirá a la responsabilidad pública. «Inventons la métropole» es ante todo la reinvención de los procedimientos y la reconfiguración del papel de la comunidad local y sus relaciones con el sector privado.